ADORACIÓN DE LOS PASTORES. 1612-1614 Juan Bautista Maíno
(1581-1649)
El nacimiento de Jesús relatado
en Lucas 2:1-20 nos cuenta quienes fueron los primeros en recibir el anuncio
del nacimiento de Jesús y como los ángeles y los pastores fueron los testigos
directos de la llegada del Mesías.
En tres niveles diferentes el
pintor de Pastrana (Guadalajara) nos presenta el relato en un lienzo de más de
tres metros de alto donde las figuras son monumentales y escultóricas.
En el nivel superior se
encuentran los ángeles, que contemplan deleitados la escena, son el retrato
realista de los chiquillos y adolescentes de cualquier ciudad. Están envueltos
en sus mantos vaporosos y muestran unas alas minuciosamente detallas como las
alas de las aves. Se agarran y se apoyan en unas nueves grises que parecen
sólidas como rocas.
En el centro de la composición un
muro y tres maderos nos indican que estamos en el establo. Detrás de estos tres
maderos aparecen unas ruinas monumentales romanas que están siendo invadidas
por la vegetación. El niño y los madereros son la esperanza para el mundo.
Con dulzura, José y María rodean
al niño Dios que se encuentra en el cajón o pesebre que hace de cuna. María
lleva un manto azul cobalto que da vigor a la escena. Nos fijamos en la multitud de detalles
realistas: en la madera desgastada, en las
grietas, en las pajas del pesebre o en el paño blanco que envuelve al recién nacido.
Todo está bañado por la luz indirecta del anochecer, en un ambiente de lo
cotidiano, naturalista, que nos indica la influencia de Carravaggio.
Una figura escultórica revisada
por el nuevo clasicismo de los Carracci acompaña a José, María y Jesús en la
escena central. Un pastor de edad, con sus canas, sus arrugas y tostado por la
intemperie es un retrato detallado de una profesión sin muchos recursos pero
que el artista a dignificado dando calidad a sus ropas y su calzado. Un pastor
que se siente conmovido por la escena llevándose una mano al pecho pero no
olvida de donde viene y la otra mano sujeta fuertemente a una cabra por los
cuernos.
Al otro lado del muro asoman las
cabezas del buey y la mula, son los otros testigos imaginarios de una
iconografía basada en la tradición y no en los textos bíblicos.
En el tercer nivel los detalles crean el ambiente naturalista:
el zurrón y la calabaza, el cesto con huevos y
el perro fiel a los pies, en un claro guiño a un género incipiente en
España, el bodegón.
Abajo en el suelo los más
humildes, dos pastores con escasas ropas y los pies sucios parecen abatidos.
Uno toca una flauta pero no nos transmite alegría sino la quietud que envuelve
todo el cuadro. El otro pastor está todavía más hundido en sus propios
pensamientos, tal vez porque sabe a qué ha venido el niño del pesebre. Sujeta
con una mano un pequeño carnero atado por las patas, es el símbolo del que
viene a pagar por el pecado del mundo.
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